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tránsitos del día de su muerte
http://www.lacoctelera.com/retratosdelahistoria/post/2007/02/12/una-mirada-sobre-drama-mayerling-2-
El 28 de enero de 1889, el emperador ordena llamar a su hijo a su presencia. Una larga entrevista tiene lugar entre padre e hijo, entrevista que debió ser un auténtico altercado. Sólo se sabe de ella por palabras pronunciadas posteriormente por el propio emperador que prohibió terminantemente a Rodolfo que volviese a ver a la joven Vetsera.
No debió ser éste el único tema de discusión y motivo de fricción. Se ha dicho que Rodolfo había concebido el proyecto de hacerse elegir rey de Hungría y los principales nobles húngaros estaban de acuerdo con este proyecto. Se ha hablado de un verdadero complot. La escena entre padre e hijo debió alcanzar cotas de violencia, pues tras ella, el ayudante de campo del emperador encontró a éste «desmayado».
Los historiadores en general afirman que después de esta entrevista, Rodolfo decidió suicidarse, idea que al parecer ya había anunciado en oca-siones anteriores. Rodolfo había expresado a su prima, la condesa Larish: «Si me ocurriera algo, vendrá un hombre a reclamarte esta arqueta. Se la entregarás. La consigna será rivo».
Después de la muerte de Rodolfo, la Condesa entregaría la misteriosa arqueta llena de documentos al Archiduque Juan de Toscana, que fue la persona que se la reclamó.
Rodolfo escribe una serie de cartas de despedida, que algunos han considerado son falsificadas. Una a su madre la emperatriz, a la que dice: «Sé muy bien que no era digno de ser vuestro hijo». A su esposa Estefanía, le escribe otra en la que dice: «Ya estás libre de mi presencia y de la calamidad que yo soy». Y a Valeria, su hermana menor, le dice una frase que se ha considerado misteriosa y críptica: «Muero a pesar mío».
El 18 de enero anterior, María Vetsera había redactado su testamento y habiéndosele hecho unas fotografías, advirtió: «Serán las últimas».
El 27 de enero de 1889, el príncipe de Reuss, embajador de Alemania en Viena, dio una fiesta en honor del aniversario de Guillermo II. La Corte entera asistió y con ella Rodolfo, que conversó, según los testigos, animadamente con todo el mundo, bailando con diversas damas, pareciendo feliz y contento, no como una persona que ha decidido acabar con su vida. Nada parece anunciar sus pretendidos y supuestos propósitos suicidas.
El 29 de enero, la familia imperial tiene una cena en el Hofburg para celebrar la marcha del emperador y, su esposa a Hungría en visita oficial. Rodolfo se excusa de ir a la cena, pretextando sentirse acatarrado y marcha al Castillo de Mayerling.
El miércoles 30 de enero, a las 11 de la mañana, el conde Hoyos anuncia al barón Nepcsa, primer chambelán de la Corte, que comunique a la emperatriz que desea ser recibido por ella. Esta, que está dando su lección de griego, le recibe. El conde Hoyos le anuncia la muerte del príncipe.
La prensa internacional dio casi enseguida la noticia que estremeció a toda Europa. «El archiduque Rodolfo, heredero del Imperio austriaco, ha muerto a los 31 años de edad en el pa-bellón de caza de Mayerling».
El Boletín Oficial da la versión de que la causa de la muerte ha sido una apoplejía, pero se habla ya de un accidente de caza, de un atentado, de una caída de caballo, de un duelo en el que un marido celoso habría dado muerte al Kronprinz.
El jueves 6 de febrero de 1889 el corresponsal de «Le Figaro» en Viena escribía: "Decididamente, en Hofburg no quieren decir la verdad. Han tenido que renunciar a la versión de la muerte natural por apoplejía, cosa que nadie creyó nunca y se aferran a la versión del suicidio. Prefieren que se diga que el Kronprinz ha matado a la baronesa Vetsera antes de morir por su propia mano, que confesar que él mismo fue asesinado".
La segunda versión oficiosa enviada por el Gobierno austriaco y la Casa Imperial decía textualmente: «El archiduque Rodolfo tenía hacia un año una "liaison" con la baronesa Vetsera, joven de gran belleza muy conocida en Viena».
Esta "liaison" era sólo conocida en un circulo de íntimos y notada a causa de la coincidencia de las ausencias de la baronesa y los viajes del príncipe en ciertas épocas. Se encontraron de incógnito en el extranjero en varias ocasiones en diversos lugares, especialmente en Londres.
El archiduque se había enamorado de esta joven. Además, habiendo perdido la esperanza a causa de la salud de la princesa Estefanía de tener un día un heredero, había manifestado a su padre y a algunas personas allegadas, su proyecto de divorcio con la princesa.
El emperador se negó rotundamente a este proyecto. El príncipe se dirigió al Papa. No se puede decir si el príncipe había comunicado a la joven baronesa la solución del divorcio y puede que un porvenir elevado para ella. Oficialmente se sabe el empleo del tiempo por el príncipe hasta que partió para la cacería en Mayerling.
«El lunes por la mañana, a las 11, el oficial de la División, notó que el príncipe tenía ante sí muchos papeles para firmar y con un gesto de impaciencia o cansancio rechazó por un momento los papeles diciendo: "Es demasiado". Sin embargo firmó todo. No se observó nada de particular en el desayuno. Se vistió de cazador y partió para Mayerling.
Allí se reunió con el conde Hoyos y el duque de Coburg. La baronesa Vetsera llegó por la tarde. Al día siguiente, el cochero Bratfisch condujo al príncipe a Breitenfurt, lugar situado en el bosque donde esperaba la baronesa Vetsera. Después de algunas horas de paseo, la pareja estaba bastante alejada de la vivienda. Se detuvieron en un restaurante.
Los caballos estaban cansados y para regresar a Mayerling debían seguir un camino escarpado a través del bosque.
Mientras el príncipe y la baronesa tomaban una ligera consumición, Bratfisch buscó dos caballos de refresco y así el coche atravesó el collado vecino llegando bastante tarde a Mayerling. Después cenaron con el conde de Hoyos.
El príncipe de Coburg había regresado a Viena. La cena fue alegre. Bratfisch, el cochero, les alegró con sus mejores canciones tirolesas. La pareja se retiró a la habitación del príncipe no oyéndose nada durante la noche. El criado Losheck, hacia las seis de la mañana oyó un ruido de voces y después un primer disparo seguido de un segundo disparo de revólver.
Asustado, no se atrevió a moverse. Por fin se decidió a buscar al conde Hoyos. Tuvieron que hundir la puerta que estaba cerrada por dentro. Dos cadáveres se encontraban sobre el lecho del príncipe. Algunas flores recubrían el cuerpo de la baronesa.
El príncipe se había suicidado después de dar muerte a la baronesa. El doctor Widerhofer, médico de la Corte, fue el primero en llegar a Mayerling avisado por telégrafo, para reconocer el cadáver de Rodolfo. Hay un indicio de que la baronesa no murió por su propia mano (se llegó a decir que se había envenenado con estricnina). Su herida estaba en la parte posterior del cráneo.
No se explica esta particularidad más que de dos formas: o el príncipe dijo a la baronesa: "Voy a matarme" y ésta asustada, queriendo pedir socorro y precipitándose a la puerta en busca de ayuda, habría recibido al llegar a la puerta la bala que el archiduque destinaba para sí, o bien en el último momento, después de haber decidido morir juntos, María Vetsera, asustada, trató de huir, y el príncipe Rodolfo la disparó por detrás»
«¿Se trata de una locura súbita? ¿Es un acto de desesperación preconcebida? Es cierto que el domingo hubo entre el emperador y el Kronprinz una escena violenta, en el curso de la cual el emperador Francisco José reprochó vivamente a su hijo su conducta ligera y le declaró que se opondría siempre al divorcio. El cuerpo de la baronesa fue conducido por tren especial a una pequeña localidad de Bohemia donde fue enterrada».
Además se quiso hacer pasar por loco al Kronprinz Rodolfo, cuando en ningún momento dejó de dar pruebas de su inteligencia y tres días antes de su muerte había enviado un artículo al periódico «Le Figaro», del que era asiduo colaborador.
Además, como luego se supo, la herida de la cabeza del príncipe estaba por detrás del cráneo, extraño lugar para suicidarse. Se insistió en que las cartas escritas por el príncipe eran falsificadas. La prensa francesa acusó a la familia imperial de querer gobernar a la opinión pública por medio del silencio, al estilo Metternich. «Le Figaro» del viernes 8 de febrero publicó dos cartas, una de Rodolfo, dirigida desde Viena al duque de Braganza en la que dice:
«Querido amigo. Es preciso que yo muera. No puedo hacer otra cosa. Pórtate bien, Servus. Tu Rodolfo» (Servus es una expresión corriente en dialecto vienés que significa «Buenas tardes»).
Y publica también otra carta dirigida por María Vetsera a su madre que dice: «Querida madre: Muero con Rodolfo. Nos amamos demasiado. Perdóname y adiós. Tu desgraciada, Marie"... P. S. Bratsfisch ha silbado admirablemente esta noche».
Los supersticiosos campesinos de las cercanías de Mayerling decían que el príncipe y el Castillo estaban malditos desde el día en que el archiduque Rodolfo derribó a tiros un ciervo blanco de diez cuernos. Hazaña que según la leyenda local lleva consigo siempre la muerte del cazador.
Las opiniones en Viena seguían estando divididas.
Rechazada la idea de la muerte natural por la misma casa imperial y el accidente de caza, se habla de un duelo del príncipe con un marido ofendido.
Otros aseguran que María Vetsera era hermana de Rodolfo, hija como él del emperador Francisco José que había tenido un desliz con la baronesa Helena Vetsera, y que ésta fue la causa de la desesperación de la pareja al enterarse.
Otra teoría es que María estaba embarazada. Sin embargo, al conocer la muerte del príncipe, una comisión de médicos fue enviada a Mayerling. Los médicos practicaron la autopsia o autopsias y el 31 de enero se hacen públicas sus conclusiones. Se trata de un doble suicidio y María Vetsera no estaba embarazada. Rodolfo había pedido ser inhumado en el Monasterio de Heiligenkreuz junto a María, pero sus restos mortales son llevados a la Hofburg en Viena para ser velados.
El cadáver de María es llevado en un coche de caballos o trineo (no se olvide que el mes de enero en Austria es mes de nieves y heladas), subrepticiamente, haciéndola pasar por viva colocándole un bastón en la espalda para mantenerla en posición sentada.
Los tíos de María habían sido llamados a Mayerling. Losheck es uno de los que acompañan al cadáver de la joven. En el cementerio del monasterio, el suelo está tan helado en aquel crudo invierno, que es casi imposible cavar una fosa, cosa que se hace con gran trabajo y se la entierra sin más ceremonias.
El cadáver de Rodolfo, después de haber sido sometido a una «restauración» o «toilette funeraria» por los médicos, llega a Viena.
En la capilla ardiente y a causa del calor de los cirios, se funde la máscara o casquete de cera con la que se había revestido el rostro y la cabeza o la frente del príncipe para disimular la herida. Entonces se hace visible el destrozo de la cabeza a causa de la aparente herida de bala.
¿Dónde están los verdaderos protocolos de autopsias y la información policial que se llevó a cabo?.
El emperador Francisco José exigió que el expediente referente al drama no se incluyera en los archivos de familia y que se entregase al presidente del Consejo, el conde Taaffe, hombre de toda su confianza.
Dicho expediente se abrió el año 1912... No contenía más que papel en blanco.
Siete personas tuvieron conocimiento de la auténtica verdad del drama de Mayerling: el emperador Francisco José, la emperatriz Isabel, el conde Hoyos, el cochero Bratfisch, el ayuda de cámara Losheck y Szogyeny, íntimo amigo del archiduque que recibió la última carta de Rodolfo, escrita instantes antes de la muerte. Ninguno de ellos habló, según afirman los que han historiado el tema.
El emperador Francisco José quiso destruir todos los testimonios del drama, por lo que dispuso no dejar vestigio de Mayerling, ordenando demoler el pabellón de caza. Más tarde, entregado a los Padres del Monasterio de Heiligenkreuz, fue reconstruido.
Hoy se puede visitar convertido en una capilla y pequeño convento a cargo de Madres Carmelitas. El príncipe Rodolfo, después de las honras fúnebres debidas a su rango, fue enterrado en una sencilla ceremonia el martes 5 de febrero.
Francisco José había pedido expresamente a los reyes y príncipes de los países de Europa, excepto al rey de los Belgas, que se abstuvieran de asistir.
El lugar de la inhumación fue la cripta del Convento de los Capuchinos junto a todos los reyes y archiduques de la Dinastía de los Habsburgo. Desde entonces muchas páginas se han escrito sobre la aún misteriosa muerte del príncipe Rodolfo y María Vetsera.
Al cabo casi del siglo, la emperatriz Zita, que aún a sus 94 años tiene la menta muy clara, decidió romper el largo silencio de la familia y el 11 de marzo de 1983, durante una entrevista concedida al periodista Dieter Kindermann para el Kronen Zeitung de Viena, declaraba: «El archiduque Rodolfo no se suicidó, sino que fue asesinado. Fue un asesinato político».
El «Observer y el «Corriere della Sera» de mano de 1983 han dedicado páginas enteras al tema. Era la primera vez en un siglo que la tesis oficial del Gobierno austríaco y la familia imperial se contradecía, que la tesis del suicidio era desmentida.
Ya poco antes del entierro se afirmó que el Kronprinz tenía cortes de sable en la mano derecha.
Algunos dijeron que tenía cortada la mano, lo que se intentó ocultar con unos guantes rellenos de gutapercha.
Sin embargo, el informe oficial médico publicado en la prensa vienesa del 2 de febrero de 1889, decía: «El acto fue realizado (se supone que el suicidio) en un estado de aberración mental».
En el escueto protocolo de autopsia publicado el 1 de febrero se decía que la bóveda craneana estaba «rota». El 2 de febrero se publica el protocolo en el que se rectifica y dice que «la bala había entrado por la sien izquierda y salido por la derecha, haciendo una herida apenas visible».
No hay quien pueda creer esto. El príncipe Rodolfo era diestro. Es muy raro que un diestro se dispare con la mano derecha en la sien izquierda si es que quería suicidarse.
«Le Fígaro» de 4 de febrero de 1889 aseguraba por medio de su corresponsal en Viena que «no se ha encontrado el proyectil» y se pregunta por qué no se ha buscado.
Mejor se diría «los proyectiles».
A su vez «Le Fígaro» de 5 de febrero decía que Rodolfo veía espíritus y fantasmas y que la «Dama blanca» de los Habsburgo, que era una especie de fantasma que siempre se aparecía poco antes de la muerte de alguno de los miembros de la familia, le había visitado anteriormente anunciándole su muerte próxima.
Zita de Borbón-Parma, última Emperatriz de Austria y Reina de Hungría (1892-1989).
La emperatriz Zita, en sus recientes declaraciones, afirmaba que el Drama de Mayerling fue un secreto de Estado y de familia. Al parecer, el emperador Carlos, su esposo, antes de morir le pidió que hiciese ella lo que él no pudo, rehabilitar la memoria de Rodolfo dando las pruebas de su asesinato. En sus declaraciones afirmaba la anciana emperatriz: «Se han escrito muchas leyendas. Lo que se ha contado se limita a sospechas y a hipótesis. La verdad es que el archiduque Rodolfo fue asesinado y que este asesinato fue político. En nuestra familia siempre hemos sabido la verdad. Francisco José hizo jurar silencio a todos los que estuvieron al corriente de los detalles del drama».
Tan grave debió ser el tema político y tan altas personalidades estaban implicadas que Francisco José decía: «No he podido hacer otra cosa. La existencia de la Monarquía estaba en juego».
Se trató de un intento de desestabilizar el Imperio. Si se hubiese sabido la verdad probablemente se hubiera adelantado la Primera Guerra Mundial que más tarde tendría su origen en otro drama: el atentado de Sarajevo.
Francisco José envió un telegrama al Papa pidiéndole el derecho de inhumar a Rodolfo religiosamente. Entonces sólo era oficial la tesis del suicidio.
El Vaticano negó tal derecho. Franciso José envió un segundo telegrama, esta vez de 2.000 palabras y cifrado, en el que al parecer explicaba al Papa la verdad de la muerte de Rodolfo, su asesinato por razones políticas.
El Papa inmediatamente dio su permiso para la ceremonia religiosa. El encargado de descifrar el telegrama y transmitirlo a Su Santidad fue el embajador austríaco, abuelo de la condesa Helene Esterhazy. Esta refiere que su abuelo le contó años más tarde lo del telegrama y que «se trataba de un asesinato». Ni en los archivos austríacos ni en el Vaticano han sido hallados originales o copias de tal telegrama.
Ha desaparecido misteriosamente como todo el legajo referente a la investigación de la muerte del Kronprinz que por deseo expreso del emperador quedó en poder, como dijimos anteriormente, del conde Taaffe, primer ministro. Un misterioso incendio en el castillo donde se encontraba el original lo hizo desaparecer y su duplicado que estaba en poder de un abogado de la familia imperial, desapareció también en circunstancias extrañas.
Ya vimos que en el dossier oficial no había más que papeles en blanco cuando fue abierto. Existen testigos como Frederic Wolf, carpintero residente en las cercanías de Mayerling, quien ha contado que su padre, carpintero como él, fue llamado «para poner orden en el pabellón de caza dos días después del drama».
Contó a su hijo que la habitación parecía haber sido «escenario de un terrible combate», con el mobiliario roto y revuelto, impactos de bala en muebles y muros, huellas de sangre por todas partes. El carpintero Wolf tuvo que cambiar todo el piso de madera.
Por su parte, la archiduquesa María Teresa, tía de Rodolfo, certificó que su marido, el archiduque Carlos Luis, le confirmó que Rodolfo le había asegurado: «Voy a ser asesinado», al parecer por estar en el centro de una conspiración europea que tenía la intención de derribar a Francisco José y colocar a Rodolfo en su lugar. Según la emperatriz Zita, Rodolfo rehusó participar en tal conspiración contra su padre y dijo a su tío: «Yo soy un hijo leal al emperador. Voy a desvelar esta conspiración, pero si lo hago me matarán. Sé demasiado».
Hay varias personas que pudieron comprobar que efectivamente el puño derecho de Rodolfo había sido seccionado de un sablazo.
Rodolfo se batió con sus asesinos, resguardándose tras un mueble para protegerse y sus agresores le rompieron los dedos (Rev. Historia, dic. 82).
Bratfisch, el cochero, que fue enseguida trasladado lejos de Viena, repitió varias veces sin dar detalles: «No es como se cuenta. No fue suicidio».
El embajador de Alemania por aquel entonces informó a Bismarck el 9 de febrero de 1889: «Las heridas no están en los lugares indicados oficialmente. El cuerpo está cubierto de otras heridas. El revólver que se encontró cerca del lecho del Kronprinz, tipo Bulldog, no le pertenecía y los 6 cartuchos habían sido disparados».
¿Hubo más muertos en Mayerling? ¿Alguno de los atacantes murió en la lucha? ¿O quedó gravemente herido? Nuevo misterio.
El 7 de julio de 1959, las pompas fúnebres de Baden procedieron a la exhumación del cuerpo de María Vetsera en presencia de un médico forense, dos monjes de la Abadía de Heiligenkreuz y el señor Baltazzi Jr descendiente de uno de los tíos de María Vetsera.
Se pudo comprobar que el cráneo presentaba un orificio oval de 7 cm, no habiendo orificio de salida (!). Todo está en contradicción con lo que se dijo en 1889.
Además, ¿qué se hizo con los proyectiles que sin duda la policía tuvo que obtener y las comprobaciones con las armas que se dispararon?
La emperatriz Zita afirma en sus declaraciones que los asesinos venían «en parte» del extranjero.
María Vetsera murió por lo tanto accidentalmente por encontrarse junto a Rodolfo, lo que descarta la hipótesis del suicidio al estilo «Romeo-Julieta».
El príncipe de Gales escribió a la reina Victoria el 12 de febrero de 1889: «Me decís que ese pobre Rodolfo y esa desgraciada joven han sido asesinados». Por su parte el rey Leopoldo II de Bélgica, suegro de Rodolfo, escribió a su hermano una carta en estos términos: «El suicidio y la locura son los únicos medios de evitar un escándalo inolvidable cuyos detalles no puedo confiar en esta carta, pero que os contaré en todos sus detalles el sábado. Vuestro hermano. Leopoldo».
Esta carta, según refiere en su libro Jean des Cars, (1983), fue encontrada en 1942 entre los papeles personales del difunto Paul Hymans, ministro de Asuntos Exteriores de Bélgica.
La emperatriz Zita, en noviembre de 1983, en una conversación con el historiador austriaco, Eric Feigl, publicada en el Kronen Zeitung de Viena, afirma rotundamente que el asesino del archiduque Rodolfo fue «Georges Clemenceau».
Uno de los agentes de éste, Cornelius Hertz, del diario La Justicia intentó ganar al archiduque para su causa, que era hacer de Austria-Hungría un aliado en una guerra contra Prusia.
La fórmula era derrocar a Francisco José y colocar en el trono a Rodolfo. Esto también ayudaría a Clemenceau a encontrar los fondos necesarios para hacer frente a las consecuencias financieras del «escándalo de Panamá». Rodolfo rechazó la proposición y por ello se convirtió en «el hombre que sabía demasiado», motivo por el que fue asesinado.
Una carta de Georges Clemenceau de 6 de septiembre de 1867, después de la ejecución de otro Habsburgo, el emperador Maximiliano en Méjico dice: «A todos esos emperadores, reyes, archiduques y príncipes... yo los odio, con un odio sin piedad, como se odiaba en el 93, cuando se llamaba a ese imbécil de Luis XVI "execrable tirano": Entre nosotros y esa gente, hay una guerra a muerte...» La hipótesis del doble suicidio por amor imposible se va diluyendo para dar paso a una más precisa: la del asesinato político.
Es estremecedor contemplar el reconstruído pabellón de caza. Estuve una tarde entera tomando apuntes, hablé con las Madres Carmelitas, que por supuesto no saben nada. Pero pude imaginarme el drama que tuvo lugar allí mismo en el que tantos personajes se vieron envueltos. Me pareció oir el chocar de sables, los disparos que acabaron con la pareja de enamorados, estuve más tarde recorriendo Hailigenkreuz, me patrecía ver a la infeliz y hermosa María Vétsera en un coche de caballos, ya cadáver y con un bastón colocado en la espalda para sostenerla, en aquellos helados bosques y como todos los grandes magnicidios éste no podía ser una excepción, así que quedó envuelto en una cortina de misterio en el que la dama blanca de los Habsburgo ronda por aquellos lugares como la única conocedora de la verdad.
Siempre quedará la incógnita, la duda de si en Mayerling hubo un suicidio a dos por amor que es el lado romántico o si hubo asesinos y asesinados como resultado de un crimen político guardado celosamente como un secreto de Estado
http://www.elpais.com/articulo/ultima/AUSTRIA/Mayerling/siglo/despues/elpepiult/19930104elpepiult_1/Tes/
El 30 de enero de 1889, un príncipe austriaco que sabía que nunca sería emperador y su amante adolescente aparecieron muertos en el pabellón de caza de Mayerling, a las afueras de Viena. Ahora, más de un siglo después, la historiadora Brigitte Haumann asegura haber encontrado una pista que arrojará nueva luz sobre el misterio de Mayerling.Haumann ha hecho pública la existencia de un cofre que contiene un revólver que supuestamente perteneció al archiduque Rodolfo. El cofre fue enviado hace unos 10 años al octogenario duque Otto de Habsburgo, hijo del último emperador de Austria. Junto al revólver se hallaban unas cartas de despedida, mecho nes de cabello de los dos amantes y un pañuelo. El cofre ha permanecido durante años en poder de los descendientes de un alto funcionario austríaco que emigró a Estados Unidos en los años treinta.
Pero no es ésta la única novedad que se ha producido estos días sobre la muerte de Rodolfo,y María Vetsera. El martes pasado, un comerciante de muebles de Linz reconoció haber sido el autor de la profanación de la supuesta tumba de María Velsera en el cementerio vienés de Heigelkreuz en julio de 1.991.
Según el comunicado oficial de la casa imperial, el archiduque Rodolfo, único hijo varón del emperador Francisco José y su esposa Isabel (la desdichada Sissi, elevada a la categoría de mito del cine rosa en la piel de la no menos desgraciada Romy Sclíneider), disparó un fusil de caza sobre la baronesa húngara María Vetsera, de 17 años, que habría aceptado seguir a su amante en un pacto último de pasión y muerte. La tesis oficial nunca fue aceptada por los adversarios políticos del emperador y los escritores románticos aprovecharon la circunstancia para convertir a los dos amantes en figuras de novela.
Nadie sabe lo que pasó en Mayerling la noche del 30 de enero de 1889. Las hipótesis más fantásticas han llegado a proponer un envenenamiento urdido por los francmasones, o un desesperado suicidio de Rodolfo tras la muerte de María debido a un aborto fallido. Las opiniones más lógicas apuntan a que el archiduque Rodolfo, a quien su padre había apartado de las tareas de gobierno por sus flirteos con la oposición húngara y su participación en una conspiración para resucitar el reino de Polonia, tuvo miedo de que sus veleidades políticas salieran a la luz y obligó la jovencísima María a acompañarle en el último viaje.
A la muerte de Rodolfo fue designado heredero del trono su primo el archiduque Francisco Fernando. Tampoco él sería emperador: su asesinato en Sarajevo en 1914 fue la llama que prendió la mecha de la Primera Guerra Mundial.
http://revista.libertaddigital.com/que-paso-en-mayerling-1275318183.html
ENIGMAS DE LA HISTORIA
¿Qué pasó en Mayerling?
Por César Vidal
La mañana del miércoles 30 de enero de 1889, en el caserón de Mayerling fueron encontrados los cadáveres de Rodolfo de Habsburgo, el heredero del trono austrohúngaro, y de María Vetsera, una oscura baronesa húngara. ¿Quién y qué ocasionó esa tragedia que alteró el inestable equilibrio de un imperio esencial para la estabilidad de la Europa central y oriental? |
Al penetrar en la estancia, encontraron dos cadáveres atravesados en el lecho. El de Rodolfo aún estaba caliente e hizo pensar que no había perdido la vida hacía más de media hora; María, ya yerta, había fallecido al menos sesenta minutos antes. ¿Cuáles habían sido los motivos de esta tragedia?
Nacido el 21 de agosto de 1858, Rodolfo había tenido una vida no pocas veces triste. Nada más ver la primera luz, le fue arrebatado a su madre, la célebre Sissi, a la que se consideraba incapaz de educarlo correctamente, y puesto en manos de nodrizas. Apenas cumplidos los siete años, Rodolfo fue entregado al general conde de Gondrecourt, que decidió endurecer su carácter despertándolo por la noche mediante el recurso de disparar un revolver cerca de sus oídos o sometiéndolo a repetidas duchas heladas. A los cuatro meses de semejante régimen, el niño había perdido tanto peso, tanto color y tanto ánimo que Sissi logró que se le cambiara de preceptor. Sin embargo, eso no evitaría que Rodolfo continuara sufriendo crisis de llanto y periodos de depresión.
La llegada de la adolescencia produciría un cambio radical en Rodolfo. Dotado ahora de la capacidad de viajar, recorrió Baviera, Grecia, Egipto, Gran Bretaña y comenzó a formarse una idea de la monarquía muy diferente de la sustentada por su padre, el emperador Francisco José. Éste, inquieto por lo que consideraba diletantismo de su hijo, decidió casarlo con la princesa Estefanía de Bélgica. De esa manera, pretendía estrechar lazos con la casa de Coburgo y obligar a Rodolfo a sentar la cabeza. El remedio pensado por Francisco José se reveló pronto de escaso valor.
Tras el nacimiento de su hija Isabel y enterado de la noticia de que Estefanía no podría darle más hijos, Rodolfo decidió entregarse a una vida de placeres entretejida de conspiraciones. Mientras convertía en su amante a la bailarina húngara Mizzi Kaspar, Rodolfo entró en relaciones con los nacionalistas húngaros.
En mayo de 1888 apareció en escena un tercer factor. María Vetsera, una baronesa perteneciente a la nueva nobleza rural húngara, vio a Rodolfo en el hipódromo de Viena y decidió convertirse en su amante. A inicios del otoño del mismo año, María se puso en contacto epistolar con Rodolfo solicitándole de manera anónima una cita. Hasta finales de octubre, sus contactos no pasaron de paseos que, como mucho, concluyeron con algunos abrazos furtivos en los jardines del Prater. Rodolfo sabía que era seguido por la policía de su padre y no deseaba correr riesgos. Por lo que se refería a su esposa, se había enterado de aquellas citas pero consideraba que no pasaban de ser un capricho pasajero que desaparecería antes o después.
En paralelo, Rodolfo maduraba su proyecto político. En su opinión, la corona debía controlar un territorio que fuera del lago Constanza al Bósforo, absorbiendo Rumania y protegiendo a Serbia, Bosnia-Herzegovina y Albania. El broche de ese plan sería la firma de tratados militares con Grecia y Bulgaria. Semejante proyecto habría sido susceptible de crear una considerable tensión con Rusia y, por lo tanto, resultaba implanteable para el emperador Francisco José. Sin embargo, Rodolfo veía las cosas de manera muy diferente. Al igual que pensaría el kaiser alemán en 1913, Rodolfo creía que la guerra con Rusia iba a ser inevitable y que lo más prudente sería afrontarla a la cabeza de una gran federación controlada por Austria.
Para conseguir ese objetivo, Rodolfo pensó en la articulación de un imperio federal en el que las nacionalidades tuvieran una amplia autonomía. Semejante visión no tardó en despertar el interés de los nacionalistas húngaros que, precisamente, gozaban de una enorme autonomía —en realidad, incomparable— en el seno de un imperio que se denominaba precisamente austro-húngaro. Como sucedería décadas después con los nacionalistas catalanes, los húngaros no dejaban de quejarse de las limitaciones que pesaban sobre su lengua a la vez que tomaban todo tipo de medidas para impedir el uso de otras lenguas en el territorio de Hungría y apoyaban cualquier intento de debilitamiento del imperio que tan generosamente se comportaba con ellos.
En 1888, Rodolfo había llegado a un acuerdo con los nacionalistas húngaros para dar un golpe de estado que le llevara al poder aún a costa de desmembrar el imperio. Si el intento salía adelante, Rodolfo se convertiría en rey de Hungría y de las provincias orientales y Austria quedaría reducida a una potencia de segundo orden. Estuviera o no al corriente de los planes de su hijo, Francisco José decidió que Rodolfo debía cuidar su salud y en los primeros días de 1889 lo envió a pasar unas semanas en la isla de Lacrona, en el Adriático, con la intención de que se tranquilizara. El recurso fracasó. Rodolfo no sólo no se serenó sino que incluso regresó el 11 de enero a Viena con una doble intención, la de convertir a María Vetsera en su amante y la de llevar adelante el golpe contra su padre.
El 13 de enero, Rodolfo y María se convirtieron en amantes. El heredero al trono regaló a la baronesa un anillo en el que figuraban las siglas ILVBIDT, es decir, In Liebe Vereint Bis In Dem Tode…: Unidos por el amor hasta en la muerte. Aquel mismo día, tras entregarse por primera vez a Rodolfo, María fue al estudio de su fotógrafo y luego redactó su testamento. El 14, Rodolfo escribió al papa solicitándole que anulara su matrimonio con Estefanía. Mientras tanto esperaba que en Budapest estallara la rebelión que lo sentara en el trono. Ciertamente la tensión creció en Hungría hasta el punto de que Francisco José consideró la posibilidad de una intervención militar. Sin embargo, antes de que concluyera el mes todo estaba bajo control.
El 28 de enero, a las nueve de la mañana, Rodolfo compareció ante su padre. No se conoce el contenido de aquella entrevista a solas pero una hora después Rodolfo abandonó la estancia. Quince minutos más tarde, el general Margutti, ayudante de campo del emperador, encontró a Francisco José desplomado sobre la alfombra sin sentido. Para ese entonces, Rodolfo ya había decidido suicidarse y escribió algunas cartas despidiéndose. Finalmente, a primera hora de la tarde salió hacia Mayerling supuestamente con la intención de cazar. María Vetsera le acompañaba y quizá entonces fue puesta al corriente de los propósitos suicidas de un príncipe que se sabía deshonrado por la derrota de su golpe de estado. María dejaría escrito en un cenicero de ónice unas palabras en tinta violeta: “El revólver es mejor que el veneno, más seguro”.
Por su parte, Rodolfo redactó dos cartas. En la primera, dirigida a su criado Loschek, pidió que se le enterrara al lado de María en el cementerio de un monasterio; en la segunda, para Szügenyi, un amigo húngaro, exponía los motivos que le impulsaban a quitarse la vida y que, sustancialmente, se reducían a que no tenía otra salida.
A las seis y media, Rodolfo disparó casi a quemarropa sobre la sien izquierda de María Vetsera. Luego la tapó con un cobertor y se dirigió al cuarto de su criado para decirle que le despertara a las siete y media y le llevara el desayuno. Loschek le oyó regresar a su cuarto con paso lento y tarareando. Media hora más tarde, Rodolfo apuró un vaso de coñac y colocó un espejo sobre su mesilla de noche. Posiblemente deseaba verse para evitar que el tiro errara. Luego se acercó el revólver a la sien y disparó.
La noticia llegó de manera casi inmediata a Viena. La versión oficial sería que Rodolfo se había suicidado en un momento de enajenación y, por supuesto, ni se citó la muerte de la Vetsera. Como es fácil comprender, en ningún momento debía hacerse mención a los motivos reales que podían servir para sublevar aún más los caldeados ánimos de los nacionalistas húngaros. La verdad, sin embargo, iba a ser difícil de ocultar. Mayerling no había sido una locura sino el acto premeditado de un príncipe que no podía aceptar la idea de vivir con el deshonor derivado de haber fracasado en la conspiración contra su padre. En esa decisión le acompañaría una mujer a la que conocía desde hacía tan sólo unos meses pero que había decidido acompañarle en el último viaje.
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