domingo, 28 de junio de 2009

BURT LANCASTER

































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Burt Lancaster (n. 2 de noviembre de 1913 - m. 20 de octubre de 1994) fue un actor estadounidense, perteneciente al cine clásico de ese país. De fuerte atracción y energía, su figura fue sinónimo del hombre galán y rudo. Su prestigio interpretativo se acrecentó a partir de su colaboración en el cine europeo, especialmente de sus colaboraciones con Luchino Visconti

Biografía

Nació en Nueva York con el nombre de Burton Stephen Lancaster, como uno de cinco hijos de un trabajador de correos. Creció en el Harlem oriental o Harlem Español y pasaba muchas horas en la calle, donde desarrolló su interés y su habilidad por el ejercicio físico y la gimnasia. Más tarde trabajó en el circo, hasta que un accidente le obligó a abandonar esta profesión.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Lancaster actuó en espectáculos del ejército. Aunque al principio la interpretación no le atrajo, cuando volvió del servicio militar intentó ser actor y recibió una oferta para un papel en una obra teatral en Broadway.

No tuvo éxito, pero un agente de Hollywood se fijó en él y le consiguió, en 1946, su primer papel cinematográfico en la película Forajidos junto a Ava Gardner. En esta ocasión sí tuvo un éxito considerable, de forma que intervino al año siguiente en otras dos películas.

A partir de allí, actuó en numerosas producciones, desde dramáticas y de intriga, hasta bélicas y de aventuras. En varias de sus películas de aventuras, que alcanzaron un gran éxito de taquilla, como El halcón y la flecha, El temible burlón y El Pirata Carmesí, le acompañó en el reparto su antiguo amigo y compañero del circo Nick Cravat, también un gran acróbata, y que solía representar personajes mudos, posiblemente debido a que su marcado acento de Brooklyn no entonaría demasiado con las épocas en las que se desarrollaban los argumentos de sus películas.

A mitad de la década de 1950 desafió su propia capacidad de interpretación, aceptando papeles exigentes y variados.

En la mayoría de ellos, el actor, autodidacta, tuvo un gran reconocimiento del público y de los profesionales del cine. De esta forma se convirtió en uno de los grandes actores clásicos de su tiempo, siendo también una estrella del cine, participando en películas que pasaron a ser clásicos del cine como Duelo de titanes (1957) del director John Sturges, El fuego y la palabra (1960) del director Richard Brooks, El gatopardo (1963) del director Luchino Visconti, entre otras.

Recibió en 1960 el Óscar al mejor actor principal, por su papel en El fuego y la palabra, por el que también fue galardonado con un Globo de Oro y el premio de los Críticos de Cine de Nueva York. Fue nominado al Óscar al mejor actor por otras tres películas; De aquí a la eternidad en 1953 del director Fred Zinnemann, El hombre de Alcatraz en 1962 del director John Frankenheimer y Atlantic City en 1980 del director Louis Malle.

En una época más avanzada de su carrera, Lancaster abandonó las películas de acción y se concentró en interpretar papeles de personajes distinguidos, lo cual aumentó aún más su prestigio.

Trabajó en varias producciones europeas con directores como Luchino Visconti o Bernardo Bertolucci. Interesado en papeles exigentes, estuvo dispuesto en más de una ocasión a trabajar por una compensación económica muy por debajo de la habitual si el guión y el director le parecían interesantes. Incluso ayudó a financiar con su propio dinero películas que consideraba de un especial valor artístico. También produjo algunas películas del incipiente cine independiente, ayudando a directores como Sydney Pollack o John Frankenheimer a consolidarse en el mundo del cine. Asimismo, apareció en varias películas producidas para la televisión.

Fue también un defensor de minorías y apoyó financieramente la creación de grupos liberales, lo que hizo crecer el rumor de su posible militancia comunista cuando se opuso al macartismo. Más adelante en su vida fue un opositor a la Guerra de Vietnam. Siendo un defensor de los derechos de los homosexuales, se incorporó a la lucha contra el Sida en 1985, cuando su amigo Rock Hudson adquirió el mal.

Ya avanzada su vejez, dejó de ser persona pública y se retiró de la vida hollywoodiense, puesto que deseaba que se le recordase por su innegable estampa juvenil.

Fue una persona muy celosa de su intimidad. Estuvo casado en tres ocasiones y tuvo cinco hijos de esos matrimonios. Se casó con su tercera esposa ya en el ocaso de su vida, en 1991. A medida que se hizo mayor, su corazón comenzó a fallar, lo que le impidió seguir desarrollando su actividad profesional con normalidad. Tuvo que someterse a una operación a corazón abierto, y un ataque cerebral le obligó a usar una silla de ruedas, quedando parcialmente paralítico. Falleció en 1994, en su casa de Los Ángeles, como consecuencia de un infarto cardíaco. Sus restos se encuentran en el Cementerio Westwood Village Memorial Park de Los Ángeles, California.

jueves, 25 de junio de 2009

GREGORY PECK

































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natal y tránsitos del día de su muerte

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/peck.htm

Eldred Gregory Peck; La Jolla, California, 1916 - Los Ángeles, 2003) Actor estadounidense, uno de los grandes mitos del cine clásico, forjado a lo largo de seis décadas de profesión y más de cincuenta películas. Fruto de un matrimonio que se deshizo al poco tiempo, entre los tres y los seis años vivió de forma alterna con su padre, Gregory, familiarmente «Doc», un farmacéutico hijo de inmigrantes irlandeses nacido en Rochester, y su madre, Bernice, en familia «Bunny», una chica de Missouri que cuando se materializó el divorcio se marchó con un viajante de comercio.



A partir de entonces Gregory fue criado por su abuela materna, Kate Ayres, una fanática del cine que, a su manera, intentó paliar la ausencia de su hija con muchas películas. Esta experiencia dejó huella en él, que cuando cursaba el quinto año en La Jolla Elementary School ya participó en una producción de La caja de Pandora (1927).

La influencia de su padre, en cambio, fue más rígida. Él fue quien decidió su ingreso en la academia militar católica St John de Los Ángeles, donde desde los once años recibió una formación severa y profundamente religiosa. A los doce era monaguillo, y al acabar esta etapa de su formación consideraba seriamente tomar los hábitos.

Un joven indeciso

Mientras tanto se fue a vivir con su padre a San Diego, en un bungalow de alquiler donde apenas se veían, ya que aquél trabajaba por la noche en una farmacia local y él pasaba el día ocupado en terminar sus estudios en la San Diego High School y luego en el San Diego State Teachers College (hoy Universidad Estatal), además de trabajar como conductor de camiones en la Union Oil para costearse su futura carrera universitaria.

Por entonces, sin duda influido por su padre, ya no quería ser cura sino médico, y se matriculó en la Universidad de Berkeley. Pero más tarde dejó la medicina por la licenciatura en lengua, y una vez que se graduó prestó oídos a su auténtica vocación y estudió arte dramático, cursos todos ellos que se pagó de su bolsillo, con lo que ganaba en sus empleos eventuales de lavaplatos o camarero.


Después de encabezar el grupo de teatro de la facultad, a los veintitrés años consiguió una beca para estudiar en la prestigiosa Neighborhood Playhouse School of Theater, y con los 130 dólares que constituían su patrimonio personal, se marchó a Nueva York.

Del teatro al celuloide

En Nueva York, mientras se empapaba del método Stanislavski, hizo sus primeras intervenciones en distintos espectáculos que se ofrecían en el marco de la Feria Mundial de 1939, y desde el verano siguiente en compañías de teatro estival con las que recorrió parte del estado. Pero su sueño era destacar en los escenarios de Broadway, y la primera medida que creyó decisiva para lograrlo fue quitarse el odioso primer nombre que hasta entonces le había pesado como una losa.

La amputación le dio suerte, porque hacia fines de 1941 su nombre empezaba a sonar en los circuitos teatrales neoyorquinos, aunque tampoco debieron de ser ajenos a ese incipiente éxito personal su juventud, su apostura física y, ya en 1942, su trabajo en obras como The morning star (que le valió una audición con el productor David O. Selznick) o The willow and I, del que se hizo eco la crítica más señalada.

Durante la primavera de 1943 representaba en el Morosco Theater Sons and soldiers, de Irwin Shaw, cuando fue llamado a Hollywood. Lo esperaban nada menos que Jacques Tourneur con Días de gloria (1944), y John M. Stahl con Las llaves del reino (1944), títulos premonitorios donde los haya porque con el primero, pese a su relativo fracaso crítico, él inició una etapa gloriosa, y con el segundo (un papel de devoto misionero católico que le reportó su primera candidatura al Oscar) consiguió ingresar en la corte de las grandes estrellas.

Un rey detrás de las cámaras

Peck reinó como nadie el resto de los años cuarenta, cuando muchos de los galanes enviados al frente durante la guerra trataban de reencaminar su carrera, y en los cincuenta, consolidado junto a los mejores de ellos como una figura imprescindible, y aún en los primeros sesenta, homenajeado por fin por Hollywood.

Una de sus mejores bazas fue saber defender su independencia en una época en que casi todas las primeras figuras estaban «atadas» a las productoras. Él, en cambio, firmó contratos simultáneos con cuatro compañías -RKO, 20th Century Fox, Selznick Productions y Metro Goldwyn Mayer-, lo que le permitió protagonizar todo tipo de papeles y rehuir así el encasillamiento. En este sentido, valga como ejemplo referir que rechazó protagonizar Solo ante el peligro (1952) porque ya había hecho un personaje similar.


La calidad de su trayectoria y su capacidad para abordar los personajes más dispares en casi todos los géneros quedan expuestas en una filmografía que contiene algunos títulos míticos de la historia del cine, como Recuerda (1945) y El proceso Paradine (1947), de Alfred Hitchcock; Duelo al sol (1946), de King Vidor; Vacaciones en Roma (1953) y Horizontes de grandeza (1957), de William Wyler; El hombre del traje gris (1956), de Nunnally Johnson; Moby Dick (1956), de John Huston; Mi desconfiada esposa (1957), de Vincente Minnelli; Los cañones de Navarone (1961) y El cabo del terror (1962), de J. Lee Thompson, o Arabesco (1966), de Stanley Donen.

Con excepción de Pauline Kael, que en la cúspide de la carrera de Peck escribió en The New Yorker que era un actor «competente pero siempre un poco aburrido», críticos y comentaristas elogiaban su versatilidad y solían destacar la mezcla de fortaleza y ternura como la gran arma de seducción que desplegó ante estrellas irrepetibles como Ingrid Bergman, Jean Simmons, Susan Hayward, Ava Gardner, Lauren Bacall, Audrey Hepburn o Sofia Loren.

Actor comprometido

En la vida real, más contenido, Peck se casó en 1942 con la diseñadora finlandesa Greta Konen Rice, madre de sus tres primeros hijos -Jonathan, reportero de televisión que se suicidó de un disparo (1944-1975), Stephen (1945) y Carey (1949)-, con la que compartió la parte más dulce de su juventud. Se divorciaron de común acuerdo en 1954, y la Nochevieja de 1955 contrajo nuevo matrimonio con la periodista francesa Veronique Passini, con la que tuvo otros dos hijos, Anthony (1956) y Cecilia (1958), ambos actores, y que fue su compañera hasta su muerte, a punto de celebrar sus bodas de oro.

De forma paralela a su carrera delante de la cámara, Peck, un liberal en toda regla, era conocido por su compromiso en favor de causas y obras solidarias. Fue el presidente fundador del American Film Institute, y en 1947 creó en su ciudad natal la academia de arte dramático La Jolla Playhouse, aún en plena actividad.


Peck en Matar a un ruiseñor (1962)

Ése fue el año en que el político republicano Joseph McCarthy fue nombrado senador e inició su particular «caza de brujas» a través del Comité de Actividades Antiamericanas, y Peck, que padeció el famoso interrogatorio, y otros ilustres colegas crearon en contraposición el Comité de la Primera Enmienda, una iniciativa que contribuyó a la destitución del senador en 1954.

También fue vigorosa su campaña en contra de la guerra de Vietnam, e incluso produjo el filme The trial of the Cantonsville nine (1972), un alegato antibelicista que le valió un puesto destacado en la lista negra de los enemigos del enton
ane Fonda, mascarón de proa de aquella lucha, le proporcionó en 1989 (como productora y como compañera) su último papel protagonista en el cine (en televisión trabajó casi hasta el final, incluso ganó un Globo de Oro en 1999 por la versión de Moby Dick). Pese a su corrección, Gringo viejo, dirigida por Luis Puenzo, no cubrió las expectativas que habían puesto en ella sus responsables, y el fracaso comercial empañó el broche de oro que habría correspondido a una trayectoria como la de Peck. Para muchos, la conciencia moral de Hollywood.

La elección de número uno entre el centenar de héroes de la lista elaborada por el American Film Institute fue el último reconocimiento que recibió el célebre actor, una semana antes de su muerte. Su personaje de Atticus Finch en Matar a un ruiseñor (1962), de Robert Mulligan, el abogado que defiende a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca en la Alabama de los años treinta, se convirtió en el más votado gracias a algunas cualidades esenciales (firmeza al defender sus creencias, sólida fe en la justicia, tolerancia y rechazo de la violencia) que, en una época en que las luchas por los derechos civiles encabezadas por Martin Luther King empezaban a concienciar a buena parte de la sociedad estadounidense, lo hicieron tan memorable como la interpretación de Peck, que le valió el único Oscar de su carrera a la quinta nominación.